Lavanderías autoservicio, un negocio emergente
Empresas de nueva creación en Valladolid recurren a un oficio tradicional para atender a nuevos públicos y de todas las edades

 

De un tiempo a esta parte proliferan en Valladolid los establecimientos de lavandería autoservicio; grandes locales con varios aparatos de lavado para que los clientes lleven las ropas usadas en la semana y, por un módico precio, escojan un programa concreto. De este modo, y mientras resuelven otros quehaceres propios del fin de semana, su colada estará lista y su tiempo estará mejor aprovechado. Es, coinciden sus responsables, inequívoco síntoma (a menudo generacional) de la nueva forma de organizarse en las familias.

«Los tiempos van cambiando, lo que la gente necesita y las personas reclamamos es una mejor gestión del tiempo», valora Raquel Higuero, de la Lavandería Autoservicio Ciudad Parquesol, una empresa que ha recibido el apoyo del Ayuntamiento de Valladolid, a través de las Subvenciones de Empresas de Nueva Creación. Un programa de apoyo a emprendedores, que gestiona la Concejalía de Innovación, Desarrollo Económico, Empleo y Comercio a través de su Agencia de Innovación.

El negocio de Higuero lleva en marcha desde el pasado 11 de enero; «barajamos que era lo que mejor encajaba con nuestra forma de vida: permite compatibilizar la vida familiar con la social y es para todos los públicos». Desde la colada diaria a los más engorrosos edredones o mantas, el negocio es «práctico y atractivo para un público muy variado, de todas las edades, desde personas muy mayores hasta jóvenes que se acaban de independizar; que a todo lo más si no se aclaran bien sobre cómo funcionan estas maquinarias, les enseñamos a ponerlas y les ayudamos en lo que necesitan: hay clientes que se ahorran mucho dinero poniendo una sola colada en lugar de tres, y otros que ni siquiera tienen lavadora en casa».

El perfil variado pero, a su vez, con unas características vitales muy específicas, también emerge en la lavandería Florida, ubicada en la calle homónima cerca de la Estación de Autobuses, otra empresa beneficiaria del programa de subvenciones municipal. Su propietario, Mariano del Campo, lo señala con claridad: «No hay un tipo único, por aquí se acerca gente de unos 55 o unos 70 años con edredones y mantas, y también personas jóvenes, solteras o divorciadas, que viven en una casa de alquiler envejecida con una lavadora demasiado antigua o que no se fían de algún compañero de piso», ríe.
 
Del Campo, que abrió su lavandería el pasado año en noviembre, apuesta por la atención telefónica y personalizada como seña de distinción entre la competencia: «Vivo muy cerca para que me puedan llamar si se les atranca la moneda o no pueden poner el programa por sus propios medios; aunque hay mucha cartelería y está explicado muy sencillo, hay gente que no lo ha utilizado jamás, por lo que es natural que desconozcan el funcionamiento de esta clase de máquinas».

Amable competencia

Ambos empresarios también coinciden en que la relación con la competencia suele ser calculada pero amable. «En mi caso hice un estudio básico de la zona, y al margen de los engorros del banco o de los papeles o encontrar un local con salida de humo, tengo un radio de acción muy amplio», comenta Del Campo. «Mi competencia más directa no se encuentra hasta la calle Hípica, por lo que me toca bastante caramelo».

«Por lo general, nos ayudamos entre lavanderos», explica Higuero. «En nuestro caso siempre estamos en contacto con otras, no está reñido con intentar ofrecer los mejores productos y la mejor maquinaria, con lavadoras más caras y que lavan mejor».

Con todo, en los quehaceres más empresariales siempre hay manos dispuestas a ayudarse: «Comparamos los precios de las compañías que nos proveen la luz, el gas, las aseguradoras…», enumera.

Pero hay un tema tabú sobre el que no conviene hablar: los productos de limpieza que utiliza cada cual. «Es el único secreto de cada uno», se sonríe la empresaria que, si bien es reacia a revelar el nombre de sus detergentes y suavizantes, enseguida destaca que son, además, respetables con el planeta: «Los busqué ecológicos y que no dañasen al medioambiente, y de ellos los de mayor calidad, los que compraría para mí», afirma. «Además, no vienen en la típica garrafa de plástico, sino en cajitas de cartón, y su propia bolsita es biodegradable, por lo que se reciclan igual de bien tanto el envase como el producto».

Perspectivas futuras

Dado que las lavanderías fueron declaradas servicio básico, pese a la pandemia el futuro les brinda buenas perspectivas: «Sí que es cierto que desde marzo hasta finales de mayo cerramos voluntariamente porque iba un cliente al día o ninguno, y costaba más tenerlas abiertas», señala Del Campo, que compagina su trabajo con pequeños arreglos electrónicos y sopesa contar pronto con un vehículo para su lavandería. «Desde entonces, la idea ha sido, también, apoyar a todo el sector médico y enfermero».

Higueros, por su parte, plantea contar con más maquinaria si todo va bien: «Nos estamos formando, además, con oxigenación y desinfección, apostamos mucho por los cursos en los que podamos dar lo mejor a nuestros clientes», sostiene.